En la historiografía puertorriqueña, el siglo XVII es el siglo del contrabando. López Cantos declara categóricamente: “en el periodo que historiamos [1650-1700] el contrabando está tan generalizado, que toda la población de Puerto Rico participaba de él”. [i]García Colón y García Leduc proponen como factores el estancamiento socio económico de la Isla y el enfoque en el autoconsumo de la producción de alimentos entre 1640 y 1750. [ii] Moscoso señala su origen “el comercio oficial español, adornado de máscaras y curtido en trampas, engendró a su opositor contrabandista”. [iii] “Contrabando” significa estar en contra de la ley (bando). [iv] Ignorando su responsabilidad en la necesidad de mercaderías que los vecinos satisfacían con el este comercio irregular, la Corona señaló como responsables a los gobernantes: “los repetidos arrojos que en esta parte tienen los holandeses y demás naciones extranjeras proceden de los tácitos permisos que los gobernadores de Indias les dan para comerciar, o de la poca diligencia que de su parte ponen para embarazarlo”. [v]
Aunque fuese declarado ilegal, el acceso a las mercaderías de los extranjeros atendía las necesidades de los pobladores de Puerto Rico. Así como un gobernador mencionó que las mujeres más principales de San Juan no iban a misa por no tener qué vestir, [vi] los vecinos de San Germán, decía, surtidos con ropa de contrabando, iban a San Juan “muy lucidos”. En 1671 se intentó cerrar el cerco a cualquier intento de contrabando, prohibiendo que se autorizara llegar a tierra cualquier embarcación que no tuviera licencia para entrar a la Isla, castigando a los que delinquieren al permitirles entrar. La intención era conseguir “la reformación que tanto conviene en los excesos que se cometen”. [vii] Como remate, la Casa de la Contratación ordenó que los barcos que salieran con registros para algún puerto de las Indias no pudiesen hacer escala en otros. [viii] Estas medidas asfixiaban el comercio regular.
En 1683 el gobernador Martínez de Andino publicó ocho capítulos contra esta actividad, en los que reconocía que este comercio satisfacía necesidades críticas de la población. El primero menciona que “que ninguna persona de cualquier estado, calidad o condición que sea, sea osado por ningún pretexto que le asista a comerciar por necesidad que tenga con los dichos extranjeros ropa, negros, mantenimientos ni otros frutos, aunque padezcan extrema necesidad…”. [ix] Al año siguiente, solicitó el envío de un navío de registro de 100 toneladas para atender la escasez de vestuario, y para dar salida a los productos de la Isla. [x]
Por esta misma razón, sorprendentemente, el oidor Manuel de la Cruz Ahedo, en su visita como juez de comisión en 1687, justificó el intercambio entre los vecinos de Puerto Rico y los extranjeros. En sus averiguaciones, supo que
si algún comercio hubiese habido por las costas con extranjeros, sería haber dado alguna res por una chamarreta de lienzo crudo para cubrir la desnudez, con que los vasallos de Vuestra Majestad, vecinos de dicha isla de Puerto Rico, se hallan. Lo uno, porque no tienen dinero con qué comprarlo; lo otro, porque, aunque le tuvieran, no hallarán dónde, pues, aunque fuesen a la ciudad, no hallarían, respecto de que, por su mucha pobreza, ha muchos años no tienen navío de registro…”. [xi]
Más claro no canta un gallo.
Los extranjeros llegaban hasta los puertos de la Isla con sus mercaderías e intentaban hacer intercambios con los naturales. Ese fue el caso en 1609 cuando unos ingleses llegaron hasta la Aguada con banderas blancas para comerciar. La versión oficial comunicada al gobernador, y por este al rey, fue que los ingleses fueron rechazados, y una de sus naves quemadas. [xii] Lo mismo sucedió en San Martín en 1644, cuando un ahijado del gobernador de San Cristóbal ofreció negociar esclavos negros a 70 pesos por cabeza (en Puerto Rico valían a 250) a cambio de sal. [xiii] A pesar de las prohibiciones y amenazas, continuaron llegando barcos con mercaderías para los necesitados habitantes de la Isla. De los puertos de Zelanda [xiv] salieron en 1678 seis navíos con mercaderías para las Indias. Tenían intención de llegar a los puertos con excusa de arribada, y hasta de visitar ensenadas y puertos menores para comerciar directamente con los habitantes.
· El Cordero Blanco, del capitán Pedro Marcus, con 32 cañones y 100 hombres; tenía 40,000 patacones [monedas] de empleo en todo tipo de mercaderías.
· La Tortuga, del capitán Jacob Van Mercocen, con 16 piezas de artillería y 60 hombres, con 25,000 patacones en mercaderías;
· Otro navichuelo flisinge del capitán Jacob Marcus con 8 piezas pequeñas y 12,000 pesos de cargazón de mercaderías, que salió en mayo;
· Una fragata del capitán Pedro Vanatens, con 20 piezas y 30,000 pesos de cargazón, en junio;
· Dos fragatas, una del capitán Juan Prophet con 18 piezas y otra de Jacques de Flisinge con 22 cañones, ambas cargando sobre 48,000 patacones de cargazón, que salieron en julio. [xv]
Al año siguiente los zelandeses estaban preparando un barco para bajar a Cumaná y Caracas a cobrar unas mercaderías vendidas por El Cordero Blanco y que estaban pendientes de pago. [xvi]
Desde la perspectiva del gobierno, el contrabando dejaba a la Isla exhausta de los frutos, “de que se sienten y experimentan tan fatales consecuencias”. [xvii] Concretamente, los ganados mayores y menores, además de las bestias que se vendían a los extranjeros, limitaban los bastimentos que se podían suplir a la ciudad de San Juan. Como perjuicio adicional, los moradores no pagaban diezmo sobre ellos “por la ocultación que hacen de lo que embarcan”. [xviii] Visto de otra manera, la población existía para surtir al presidio de San Juan de bastimentos y mantener el sistema de vigilancia que le evitaba conseguir los productos que la metrópoli no les proveía.
Quiénes y cómo se realizaba el contrabando
¿Quiénes eran los contrabandistas? Ochoa de Castro señaló a los poderosos. En una carta de 1605 reconoció los jueces que se enviaban a la Isla para “extirpar los rescates de estas costas”; sin embargo, advirtió: “…vendrá a resultar quedar castigados algunos pobrecitos, y los poderosos, perdido el miedo, y con nuevos bríos para hacer lo que solían”. [xix] En su innovador trabajo sobre el trillado tema del contrabando, Ponce Vázquez elabora la tesis de que fueron los poderosos, efectivamente, los que se involucraron en él en el norte de La Española, obstaculizando los esfuerzos realizados desde Santo Domingo para combatir esta situación. [xx] Quedaría validada esta tesis si consideramos que en 1690 el gobernador Martínez, un acérrimo enemigo – por lo menos en papel – de esta actividad, arrestó a don Martín Calderón de la Barca, un alto miembro del cabildo catedralicio y de la sociedad colonial, por comerciar ropa con extranjeros. [xxi] Ese mismo año, ante la llegada de una balandra extranjera que dio fondo a vista del puerto de Ponce, Pedro de Alvarado, haciéndose pasar por capitán a guerra – lo que nunca había sido – intentó despachar a la guardia para poder comerciar con ellos. [xxii]
¿Qué se usaba para pagar por los artículos adquiridos de manera irregular? Frutos de la tierra: corambre, achiote, ganados vivos, incluyendo cerdos, y otros géneros. [xxiii] En un bando que envió el gobernador a Buenavista, se prohibía comerciar con “vacas, bueyes, yeguas, caballos, ni otras bestias, ganados mayores ni menores, vivos ni en cecinas, corambre ni otros frutos de la Isla, para adquirir ropa, negros u otras mercaderías”. [xxiv]
El que inventó la ley… Entre las acusaciones que se hicieron a Martínez de Andino estaba hacer excepciones a órdenes dirigidas a evitar la introducción de bienes y ropas extranjeras a la ciudad. Entre ellas, se debía registrar, indistintamente, todo género de cargas que entraran por los puentes o las puertas de la ciudad. Martínez hizo una excepción con una recua de mulas, bajo pretexto de ser cargas de los dominicos. [xxv] Su sucesor cumplió al pie de la letra con las ordenanzas, y reconoció que algunos barcos – extranjeros amigos de la Corona española – con el pretexto de pedir leña, agua y víveres, traían a vender sus ropas y otras cosas prohibidas. [xxvi]
Arredondo reveló que había personas que “por algunas operaciones que reconozco, forman pandillas secretas y las solicitan por otros, y conspiraciones contra la pureza de mi obrar… y están acostumbrados a acumular los delitos que cometen a quien está inclemente de ellos”. [xxvii] El contacto de los extranjeros con los locales continuó intacto. En 1694, varias embarcaciones extranjeras habían dado fondo en Cibuco y dispararon varios tiros de artillería en la ensenada. Recibieron señas de tierra, y echaron un bote, acercándose los locales a hablar con ellos. [xxviii]
Para finales del siglo, la correspondencia de los gobernadores se refiere al contrabando como “comercio de extranjería”. Para cerrar con broche de oro, se admite que “los delitos de comercio de extranjeros son los que más perjudican a la causa pública, y en las Indias nada hay que castigar tanto como este exceso”. [xxix]Reconociendo la participación de los hombres seculares en los negocios irregulares de los eclesiásticos, una cédula de 1693 ordenó castigar a los que fueran sus testaferros en los tratos y comercios. El establecimiento de extranjeros en la periferia de la Isla durante el siglo debió beneficiar al contrabando. [xxx]
[i] Ángel López Cantos. Historia de Puerto Rico, 1650-1700 (Sevilla: Escuela de Estudios Hispano-Americanos y CSIC, 1975), 249. [ii] José Manuel García Leduc. Apuntes para una historia breve de Puerto Rico (desde la prehistoria hasta 1898) (San Juan: Isla Negra Editores, tercera edición aumentada, 2009), 145. García Colón, Señores de tierra, 55, 61, 68. [iii] Moscoso, La sublevación de los vecinos de Puerto Rico, 17. [iv] Sebastián Robiou Lamarche. Piratas y corsarios en Puerto Rico y el Caribe (San Juan: Editorial Punto y Coma, 2019), 13. [v] Carta de Gaspar de Arredondo, gobernador de Puerto Rico. 22 VII 1695. AGI, SD 162, R.1, N.20, (2) f.2. [vi] Carta de Diego de Aguilera, gobernador de Puerto Rico. 17 XII 1652. AGI, SD 156, R.8, N.128, f.2. Esta misma observación fue hecha en La Española en 1678 por el obispo Fernández de Navarrete. En Emilio Rodríguez Demorizi. Relaciones históricas de Santo Domingo, Vol. III (Ciudad Trujillo: Editora Montalvo, 1957), 10. Tomado de Joan Ferrer. “El huracán del 15 de agosto de 1680”. Revista ECOS UASD, Año 29, Vol. 1, Núm. 23 (ene-jun 2021), 47. [vii] Carta de Gaspar de Arteaga, gobernador de Puerto Rico. 19 IX 1671. AGI, SD 157, R.4, N.106, f.1. [viii] Carta de Gaspar de Arteaga, gobernador de Puerto Rico. 15 II 1672. AGI, SD 157, R.4, N.111, f.1. [ix] Carta de Gaspar Martínez, gobernador de Puerto Rico. 30 V 1684. AGI, SD 158, R.3, N.40, fs.47v, 59. Énfasis provisto. [x] Carta de Gaspar Martínez, gobernador de Puerto Rico. 3 VI 1684. AGI, SD 158, R.3, N.47, f.1. [xi] Expediente sobre las embarcaciones extranjeras que fueron a Indias a comerciar y piratear. 1688-1692. AGI, SD 159, R.1, N.29, (3) f.3. [xii] Carta de Gabriel de Rojas, gobernador de Puerto Rico. 27 I 1609. AGI, SD 155, R.16, N.203, f.1. [xiii] Registro: isla Española. 9 IV 1645. AGI, SD 870, L.11, f.164. [xiv] Una de las siete provincias del norte de los Países Bajos. [xv] Registro: isla Española. 24 VIII 1679. AGI, SD 874, L.21, f.41v. [xvi] Carta de Juan de Robles, gobernador de Puerto Rico. 2 VIII 1680. AGI, SD 158, R.2, N.11, f.1. [xvii] Carta de Gabriel de Rojas, gobernador de Puerto Rico. 10 VIII 1691. AGI, SD 163, R.1, N.1, (4) f.9. [xviii] Carta de Antonio de Robles, gobernador interino de Puerto Rico. 6 VI 1699. AGI, SD 163, R.3, N.55, f.2v. [xix] Carta de Sancho Ochoa, gobernador de Puerto Rico. 27 X 1605. AGI, SD 155, R.15, N.176, f.3. DRAFTJS_BLOCK_KEY:eeb42[xx] Ponce Vázquez, Islanders and Empire. [xxi] Carta de Gaspar Martínez, gobernador de Puerto Rico. 20 VIII 1690. AGI, SD 159, R.1, N.50, f.1. [xxii] Carta de Gaspar de Arredondo, gobernador de Puerto Rico. 10 VIII 1691. AGI, SD 163, R.1, N.1, (4) fs.17v, 20v. [xxiii] Carta de Gaspar Martínez, gobernador de Puerto Rico. 30 V 1684. AGI, SD 158, R.3, N.40, f.3. [xxiv] Expediente sobre las embarcaciones extranjeras que fueron a Indias a comerciar y piratear. 1688-1692. AGI, SD 159, R.1, N.29, (4) fs.3, 36. [xxv] Expediente sobre la causa de D. Gaspar Martínez, gobernador de Puerto Rico y D. Baltasar de Andino. 1688-1695. AGI, SD 159, R.1, N.34, (54) f.9v. [xxvi] Expediente sobre la necesidad de género y municiones para la tropa y embarcaciones de Puerto Rico. 1691-1694. AGI, SD 160, R.1, N.2, f.7. [xxvii] Carta de Ga
spar de Arredondo, gobernador de Puerto Rico. 3 I 1694. AGI, SD 161, R.1, N.35, f.1v. [xxviii] Carta de Gaspar de Arredondo, gobernador de Puerto Rico. 2 VIII 1695. AGI, SD 162, R.1, N.33, f.1v. [xxix] Carta de Antonio de Robles, gobernador interino de Puerto Rico. 26 III 1699. AGI, SD 163, R.3, N.27, fs.1, 2. [xxx] Carta de Gaspar de Arredondo, gobernador de Puerto Rico. 31 XII 1693. AGI, SD 161, R.1, N.29, (2) f.4.