A través de mi formación académica como historiador, he tropezado numerosas veces con mitos y con relatos históricos que, en ausencia de quien los rete, se han convertido en “historia”. Valoro el concepto de hacer historia como la combinación de una rigurosa y responsable investigación científica, en una variedad de fuentes primarias, con el desarrollo de un relato que desarrolle una propuesta que refleja los datos contenidos en ellas. En nuestro país, hemos encontrado investigadores excelentes o mediocres, y relatores muy buenos o pésimos, en una variedad de combinaciones. Por esto, no puedo estar más en desacuerdo con López de Gómara, cuando dice a sus lectores de Historia general de las Indias que “toda historia, aunque no sea bien escrita, deleita”. [i]
El siglo XVI en Puerto Rico y el Circuncaribe es de un interés particular para mí. La atención al Quinientos puertorriqueño tiene dos grandes barreras. La primera es, sencillamente, la falta de interés. Mal de muchos, consuelo de tontos... y oportunidad para un investigador como yo. En nuestra historiografía dominan los temas relacionados a la caña, la esclavitud, el siglo XIX, el periodo de Muñoz Marín, y los movimientos independentistas, entre otros. Dentro de este contexto, ¿qué relevancia tiene el XVI, cuando se promueve que la identidad nacional no tomó forma hasta el XIX?
Esta situación es común a muchos otros puntos del Caribe, donde las historias nacionales o regionales resumen el siglo XVI en unas pocas páginas para proceder a otros periodos “más importantes”. ¡Ni hablar de la poca y pobre atención que se da a este periodo en las historias nacionales del Caribe anglófono! Sus historias nacionales se enfocan en la brutalidad de la conquista y el exterminio de los pueblos indígenas, y la humillación recibida por los ataques de piratas y bucaneros, demonizando a los españoles y alimentando la Leyenda Negra.
Sobre la falta de interés en el periodo, para muestra, un botón basta. Existe un trabajo titulado “Los movimientos migratorios en Puerto Rico: siglo XVI al siglo XXI”. El título parece prometer la inclusión de los seis siglos. Sin embargo, el XVI queda cubierto con las siguientes líneas: “Durante los siglos XVI, XVII y XVIII, en su etapa de poblamiento, Puerto Rico fue receptor de emigrantes en forma paulatina pero continua. Muchos de estos, los que no eran de extracción africana, después de un corto tiempo en la Isla, la abandonaban en búsqueda de mayor fortuna en otras partes en el continente. ‘Dios me lleve al Perú’ se convirtió en la célebre frase de la época”. [ii] Y hasta aquí llega el tema.
De más está decir que hay notables excepciones al argumento anterior. Hay importantes y medulares trabajos relacionados al siglo XVI con enfoques económicos y sociales. Entre los historiadores más respetados del periodo se encuentran Elsa Gelpí Baíz, quien atiende la sociedad isleña y la economía del azúcar en la segunda mitad del siglo; Jalil Sued Badillo, cuyo trabajo sobre la economía minera en la primera mitad es referencia obligada para la historia del Caribe, más allá de nuestras costas, al igual que sus investigaciones sobre los indígenas y el elemento negro; y Francisco Moscoso, cuya extensa bibliografía recoge eventos económicos y políticos con sus implicaciones en la fracturada sociedad colonial. Las transcripciones de Murga, Huerga y Tanodi son referencia obligada para entender el periodo. [iii]
En este punto, debo señalar que el trabajo que aquí presento está basado en investigación en fuentes primarias; estas mismas fuentes han estado disponibles antes para los historiadores mencionados, y algunos de los datos están cubiertos en sus publicaciones, desde perspectivas más o menos diferentes, bajo temas más o menos similares. No obstante, entiendo que la óptica y temática bajo la que presento mi investigación amerita su publicación. Ya lo dijo Morales Carrión: la historia es un ampliar de perspectivas, con cambios de puntos de mira, por lo que nadie tiene la última palabra; donde termina la investigación, comienza la construcción histórica. [iv]
La segunda barrera para el abordar el Dieciséis está en el desconocimiento de paleografía. Acercarnos a la abundante documentación existente, mucha de ella ya digitalizada por el Archivo General de Indias y disponible desde cualquier lugar del mundo, requiere el conocimiento de esta particular manera de escribir que la define. Mientras unos le rehúyen, los mismos estudiosos del periodo se enfrascan en conflictos fratricidas, porque tal o cual letra o palabra fue transcrita incorrectamente, alterando el significado de lo que se utiliza como base para una premisa, o toda una tesis. Leer paleografía no es tarea fácil.
Como impedimento, podremos añadir la dependencia en la historiografía generada a principios del siglo XX. Es común encontrar escritos históricos donde las referencias son inequívocamente Hostos, Tió, Brau, y las transcripciones de Tapia. Sin embargo, estas citas no se acompañan con fuentes primarias que validen, condicionen, corrijan o contradigan los datos que se aceptan y presentan como verdad histórica a través de la repetición. Lo que es peor, reflejan una falta crasa de curiosidad investigativa. En el caso concreto de Brau y su trabajo sobre la colonización, con una narrativa engolada, propia de su generación, no se presentan fuentes para documentar la infinidad de valiosos datos que expone, que debemos aceptar como dogma.
Un agravante a la situación hasta aquí expuesta, aun cuando se presentan referencias para los datos con los cuales se han creado relatos sobre diferentes aspectos del desarrollo de la Isla en el Quinientos, estas están incompletas. Existen legajos en el Archivo General de Indias con numerosos ramos y números; limitar una referencia, por ejemplo, a Contratación 2464, o Santo Domingo 11, es hacer un gran deservicio a los investigadores del país. Se nos está indicando un legajo, pero no hay pista alguna sobre dónde corroborar, para validar o debatir, o abundar sobre el dato citado. Es imperativo incluir la referencia completa, con el número de folio cuando sea posible, para permitir la investigación posterior.
Más allá de los relatos creadores de los historiadores precientíficos, debajo del imaginario de conquistadores, indios encomendados, esclavos africanos, oro, caña y cueros, la historia documentada de Puerto Rico en el siglo XVI es riquísima en eventos y conflictos que forjaron un pueblo con identidad propia. A golpes de tiros de ballestas y arcabuces, las fundiciones de oro, y la evangelización forzada de indios y negros, se gestó la transformación y el reemplazo de una sociedad cacical indígena a una colonial con corte castellano, arrastrando visos del antiguo régimen. La colonia [v] fue prontamente rezagada a la periferia de la hegemonía del imperio español, estableciendo las bases de la sociedad puertorriqueña que aún se sigue transformando.
Es cierto que la Isla fue tomada de sus moradores indígenas con la fuerza y violencia de la guerra por parte de los castellanos; Neumann Gandía resume la conquista en dos frases: hechos heroicos, y horrenda barbarie. [vi] Gerard Pierre-Charles subraya que, durante este periodo, “la agresión y el despojo dominaron el espacio antillano en todas sus dimensiones e instancias: producción de bienes materiales, organización social, modos de pensar y de vivir, visión del mundo, de la naturaleza y del hombre, creación cultural, ideológica y artística”. [vii] Desde otra perspectiva, William Ospina describe el impacto de las armas “morales” españolas en los indios de la siguiente manera: “…los caballos paralizaban de terror, los perros devoraban sin misericordia, y los truenos de la artillería aniquilaba su voluntad”. [viii] Los indios que sobrevivieron a la conquista fueron forzados al sistema de encomiendas, por la cual los vencedores usufructuaban el trabajo de los vencidos, sin necesariamente ser dueños de las tierras.
A pesar de su exterminio como unidad social, su herencia fue rescatada a través del temprano mestizaje con los españoles, aportando genética y culturalmente a la sociedad puertorriqueña contemporánea. El indio es tangible en nuestro léxico, toponimia, alimentación, y hasta remedios caseros. Para reemplazarlos, hombres y mujeres de numerosas naciones africanas fueron forzados a trabajar en nuestro suelo, siendo fundamentales para el desarrollo económico.
A la par de estos hitos, íconos, y hasta caricaturas de nuestra historia, hubo grandes esfuerzos individuales de superación y enriquecimiento, en busca de honor y gloria por parte de quienes no tenían acceso a los círculos de poder de los órganos gubernativos a través de nombramientos reales. Tras el desplazamiento de los pobladores originarios, nuestro devenir histórico tuvo como motor la ambición individual, la necesidad y la creación de oportunidades dentro del puño de acero que fue el poder imperial español.
El oro despertó el interés del gobierno de la Española y extendió hasta nuestros ríos la conquista del Caribe. Grupos de hombres españoles, indios y negros se derramaron por las riberas de los ríos para sacar oro. Los que más sacaron fundieron las bases de familias principales de la colonia, conocidos en la posteridad como “primeros pobladores y conquistadores”. Estos, no necesariamente de cuna ilustre (exceptuando a los hombres de Sotomayor, que eran hidalgos en su mayoría), en la sociedad estamental del siglo XVI serán ennoblecidos por sus riquezas, y compartirán en el ejercicio del poder al entronarse en los cabildos de San Juan y de San Germán.
De igual manera, tanto españoles como extranjeros explotaron las necesidades de bastimentos que generó la empresa colonizadora en sus primeros años. Mercaderes, maestres de barcos, lombarderos, todos encontraron en el desarrollo de la colonia de la isla de San Juan de Borichén la oportunidad de enriquecimiento y superación. Detrás de ellos, un ejército de hombres, y algunas mujeres, de “menor calidad” – fabricantes de cajas, arrieros, plateros – participaron de las ganancias de la empresa colonizadora. De las riberas de los ríos salía el metal que se convertía en remuneración para pagar por el trabajo de todos.
En paralelo, y a la vez, en contraposición con la vida institucionalizada de la ciudad, en la tierra adentro se destilaba otro estilo de vida, en el que el azúcar, los cueros y otros productos de la tierra eran moneda de cambio entre los colonos y los extranjeros, declarados enemigos solo por los gobiernos imperiales. Allí fue a parar una amalgama de españoles que le dieron las espaldas a la mudanza a la isleta y al presidio de San Juan, optando por “el monte”; cimarrones y negros horros; indios sobrevivientes de la encomienda, las cabalgadas y la masacre cultural; portugueses establecidos, legal o ilegalmente, lejos de las costas; en fin, cualquiera que quisiera disfrutar de las bondades que la Isla podía ofrecer, sin la reglamentación que representaba hacerlo dentro de los estamentos, parámetros y supervisión de las autoridades coloniales, civiles o eclesiásticas.
Del azúcar blanco surgirá un pueblo pardo como la melaza, el jengibre y los cueros. En la tierra adentro se forjó un hombre nuevo, que ya no era indígena, ni español, ni negro. Un Hombre (hombres y mujeres) cuya identidad se reconoció tempranamente como algo diferente, siendo el “otro” para los españoles, echando raíces muy profundas en la tierra. Murga Sanz, crítico y estudioso de la historia puertorriqueña del XVI, reconoce el periodo entre 1526 y 1550 como “configuración del ser del pueblo puertorriqueño…”. [ix] Desde la óptica oficial de la Iglesia, ya en el último cuarto del siglo, este fue descrito de la siguiente manera, partiendo de su esparcimiento por los campos: “se sigue no poderse aprovechar cuanto para el servicio de Vuestra Majestad es necesario, y no poderlos castigar de muchas insolencias que hacen y malas costumbres que tienen, porque debe de haber muchos hombres, así españoles, y otros que hacen habitación en los campos, apartados unos de otros por distancia de más de dos y tres leguas los más cercanos…”. [x]
En ausencia de valor económico, la isla de San Juan era necesaria en el contexto imperial para proteger colonias más importantes, como lo seguirá siendo hasta el siglo XX. La caña de azúcar y, en menor grado, el jengibre y los cueros, justificaron la pervivencia de la colonia en el ámbito comercial, más allá del oro, segregando la población, por un lado, entre quienes podían tomar prestado para construir ingenios, los que tenían estancias y hatos ganaderos, y los que no. Varios de los grandes señores de ingenios, hatos y estancias habían sido recogedores de oro y mercaderes. Quienes controlaron el dinero inicialmente, se adaptaron a sus nuevas circunstancias para seguir controlándolo. Eventualmente, los hateros crearán sus propios emporios desde de la posesión de tierras, dominando regiones completas, convirtiéndose en tenientes a guerra y sargentos mayores de las milicias urbanas en siglos posteriores.
A pesar de que todo le pertenecía a la Corona, esta solo participó de las riquezas de la Isla a través del rígido y pesado ensamblaje de impuestos. El peso de este sistema sumió a la colonia en la pobreza y la alejó de los centros comerciales de la península. La necesidad de proteger el comercio y las riquezas que se llevaban desde Perú y México a España hundió aún más a la isla de San Juan en el abandono, alienándola de las rutas y la actividad comercial oficial con la península. Al perder el atractivo económico, perdió también el de la migración. Una mirada a los listados de pasajeros de la segunda mitad del siglo hace dolorosamente patente que la migración se dirigió hacia los grandes centros coloniales de Nueva España, el Perú, y el Nuevo Reino de Granada, en detrimento de las Antillas. Esta desconexión con la metrópoli aceleró la formación de un carácter diferente, adaptado al medioambiente y a las circunstancias de la vida insular.
El progreso de la colonia fue víctima de los sueños de enriquecimiento rápido de sus pobladores. Los que cruzaron el Mar del Norte no venían a trabajar; para eso estaban los indios y los esclavos africanos. Ante la desaparición de los primeros y la escasez y altos precios de los segundos, la colonia, siempre descrita como rica en posibilidades, pero pobre en explotación, padeció ante el desinterés y la inacción de quienes la habitaban, conviviendo con el riesgo de quedar despoblada y olvidada. La vida en la isla era muy dura. Aun considerando que esta exposición se hace con la intención de conseguir 1,000 licencias de esclavos, las instrucciones al procurador de la Isla en la Corte a mitad de siglo son muy elocuentes:
… los vecinos de esta ciudad e isla han tenido y tienen muchos trabajos, con estar siempre en guerra con los corsarios franceses, que por dos veces han robado y quemado a la villa de San Germán y otras haciendas de vecinos de esta isla. Y asimismo con los caribes de las islas comarcanas, que todos los más años vienen a robar y quemar las haciendas, y llevar y matar la gente que pueden, y ganados, vacas, yeguas y caballos, de que no los pueden llevar, los matan, de cuya causa los vecinos y moradores están fatigados y gastados, por estar a la continua en vela y apercibidos con sus armas y caballos, y como son pocos, los vecinos reciben más trabajo y consta mayormente no haber de qué ser aprovechados, porque el oro que se coge es tan poco, que por la mayor parte es más la costa que el provecho, y muchos vecinos se han ido de la isla, y otros están en voluntad de irse… [xi]
Vecino era el “hijo o hija del nuevo poblador y a sus parientes en cualquier grado, con tal de tener cada uno sus casas y familias distintas y apartadas, y siendo casados”. [xii]
La Corona tuvo que pasar dos grandes sustos para despertar a la posibilidad de perder la Isla a sus enemigos en la última década del siglo. Así, el siglo XVI finalizará convirtiendo la isla de Puerto Rico en una fortaleza militar que tuvo la función de proteger de la codicia de los enemigos de España, más que la Isla misma, y las Antillas, el Imperio. San Juan pasó de ser una ciudad de paz, abierta, a ser una ciudad cerrada detrás de sus murallas. Este nuevo giro de militarización de la sociedad de la ciudad de Puerto Rico aportará también al carácter de sus pobladores, quienes llegarán a ser reconocidos por su bravura en batalla. Se podría decir que Puerto Rico permaneció junto a España durante el siguiente siglo, el XVII, porque los isleños lucharon en sus milicias para rechazar los numerosos intentos de extranjeros de capturarla.
Por encima de ser abandonados a su suerte, los pobladores se arraigaron material y emocionalmente a la tierra. Aunque el concepto fuera diferente al que conocemos, la defensa de la Isla contra ataques de extranjeros representaba defender la patria. Así lo establece Antonio de Santa Clara en 1582 cuando relata cómo el pueblo se unió a las compañías de milicias “y después de haberles dado cuenta de lo que Su Majestad avisa, y acordándoles de la obligación que tenían de defender su patria y otras cosas para animarlos a hacer el deber…”, fueron repartidos en compañías para la defensa. [xiii]
En palabras de Aurelio Tió, “La historia no es una lista de nombres y de fechas, sino una pista de hombres y de hechos, la que a veces es sumamente difícil de precisar, pero es con ese material que se teje el relato de la historia, que nunca se termina de escribir, ya que casi todo dato o documento que se descubre ofrece algo novedoso”. Basándonos en los nombres y las fechas que aportan los documentos históricos, intentamos desarrollar un relato que ayude a conocer mejor el malquerido siglo XVI. [xiv]
Gracias a toda la documentación que generaba cualquier procedimiento en la Isla, tenemos una idea muy clara de cómo fue el siglo XVI en Puerto Rico. Podemos combinar la infinidad de datos de la manera deseada para desarrollar y analizar cualquier tema, ya sea económico, político o social. Hemos creado, como producto adicional, un diccionario biográfico que recoge más de 6,900 nombres, con datos que nos abren ventanas a las experiencias, y la historia, de nuestro país a través de sus experiencias, lo que Moscoso ha llamado “episodios”. Inevitablemente, estamos presentando un cuadro que a la vez es macro histórico y micro histórico; en los detalles, mostramos la cotidianidad de Puerto Rico en el siglo XVI. ¿Cuál es la importancia de la cotidianidad? Mary Luz Uribe Fernández atribuye a la cotidianidad la construcción de la realidad, que define como “la vida de todo hombre, y constituye el centro de la historia”, y desarrolla su identidad. [xv]
No se puede analizar el pasado con los prejuicios del presente. Así, abordamos nuestro periodo favorito de la historia puertorriqueña con pasión, compromiso y, sobre todo, respeto. Leyendo los documentos, encontramos en ese pasado no tan remoto las raíces de muchas de nuestras costumbres contemporáneas, en lo referente a identidad y ethos, como en las estrategias políticas y económicas que hoy mantienen al país en un penoso estado de estancamiento, cimentado en el fratricidio engendrado por el oportunismo político. Encontramos en aquel dinámico siglo bandos divididos dentro de las élites, trucos para defraudar a la hacienda real, y la constante solicitud de exenciones para la Isla, que se verá reflejada en el siglo XIX, con la expectativa de las leyes especiales, y en el XX, con el programa de desarrollo económico del ELA.
En cuanto al contexto geográfico, reconociendo que Puerto Rico pertenece al Caribe insular, que, sumadas las costas continentales, se convierte en la región Circuncaribe, hemos echado mano a referencias en otras jurisdicciones que aporten, refuercen o profundicen en los aspectos de la vida en la nuestra. En las primeras décadas de la colonización, estos territorios estuvieron fuertemente vinculados, y su desarrollo, particularmente el de Antillas, estuvo atado por la misma realidad geográfica, y la política castellana hacia ellas. El mar, más que separar, unía. Así, miraremos también hacia Cuba, la Española, Jamaica, la isla Trinidad, Margarita, Cumaná, Santa Marta, Cartagena y Panamá. En ocasiones, la documentación que de ellas se generó nos ayuda a validar un argumento sobre Puerto Rico para la que solo hay un dato, o ninguno.
Por último, todos estos temas están incluidos y elaborados en las publicaciones de "La vida en Puerto Rico", siglo XVI y siglo XVII.
[i] Francisco López de Gómara. Historia general de las Indias. I. Hispania Victrix (Barcelona: Ediciones Orbis, 1985), 21. [ii] Juan E. Hernández Cruz. “Los movimientos migratorios en Puerto Rico: siglo XVI al siglo XXI”. Revista Hispanoamericana. Publicación digital de la Real Academia Hispano Americana de Ciencias, Artes y Letras. Núm. 6 (2016). [iii] De ninguna manera este listado es exclusivo. Con la intención de incluir y reconocer a historiadores relacionados con este periodo a través de diferentes aspectos o temas, comencé a nombrarlos; desistí por el temor de excluir a alguno involuntariamente. Creo que quedan cubiertos en la bibliografía de este trabajo. [iv] Arturo Morales Carrión. Albores históricos del capitalismo en Puerto Rico (Río Piedras: Editorial de la Universidad de Puerto Rico, 1981), 6. [v] Apoyado en las Leyes de Indias, Ricardo Levene argumenta que las Indias nunca fueron consideradas “colonias” por Castilla. Las Indias no eran colonias (Madrid: Espasa-Calpe, 1951). Las cédulas y provisiones para Indias consultadas se refieren a las jurisdicciones como “islas”, en el caso de las Antillas, y “provincias”, en el de Tierra Firme. Para probarlo, sólo hay que mirar los listados de pasajeros en el Archivo General de Indias (en adelante, AGI), Casa de la Contratación (en adelante, CT), legajos 5536 y 5537. No obstante, utilizamos “colonia” de manera libre para referirnos a las jurisdicciones indianas. [vi] Eduardo Neumann Gandía. Benefactores y hombres notales de Puerto Rico (Ponce: Establecimiento tipográfico “La Libertad”, 1896), 4. [vii] Gerard Pierre-Charles. El pensamiento sociopolítico moderno en el Caribe (México: F.C.E., 1981), 19. [viii] William Ospina. Ursúa (Bogotá: Alfaguara, 2005), 71. Esta es una novela histórica que describe de manera particular varios aspectos de la conquista de América, incluyendo menciones a Borinquen. Eric López presenta un resumen del desarrollo de la artillería en Puerto Rico en “De fortificaciones y armamentos en el sistema defensivo de San Juan”. Hereditas. Revista de Genealogía Puertorriqueña. Vol. 19, Núm. 1 (2018): 71-86. [ix] Vicente Murga. Bosquejo del curso de Historia de Puerto Rico, siglo XVI, ofrecido a los alumnos aspirantes a la Maestría de Historia (Barcelona: Tipografía Miguza, sin año), 7. [x] Vicente Murga y Álvaro Huerga. Episcopologio de Puerto Rico II. De Rodrigo de Bastidas a Martín Vázquez de Arce (1540-1610) (Ponce: Universidad Católica de Puerto Rico, 1988), 321. [xi] Méritos y servicios de Francisco Juancho: Puerto Rico. 20 IV 1546. AGI, PAT 51, N.2, R.2. [xii] Federico Enjuto Ferrán. 400 años de legislación comunal en la América Española (México: Editorial Orión, 1945), 96. [xiii] Juan Melgarejo, gobernador: labor desarrollada en San Juan. 15 XII 1582. AGI, PAT 175, R.37, f.745. [xiv] Aurelio Tió. “Por los fueros de la ciudad de San Juan”. Revista del ICP. Primera Serie, Núm. 53 (X-XII 1971), 2. [xv] Mary Luz Uribe Fernández. “La vida cotidiana como espacio de construcción social”, Procesos Históricos, 25 (Bogotá, 2014), 101.
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