Recolectar los nombres de los individuos que se establecieron en Puerto Rico en el siglo XVI, o pasaron por él, representa un reto colosal. No es solo encontrarlos, porque, por un lado, las fuentes son ricas, y por otro, la historiografía puertorriqueña incluye numerosas referencias a un grupo de personajes que han pasado a ser identificados como los más importantes del periodo. Hay una gran dificultad en transcribir (el conocimiento de paleografía es una herramienta imprescindible, y, por lo tanto, la principal barrera), organizar, y consolidar las biografías de individuos determinados, para minimizar su duplicidad.
¿Por qué el siglo XVI? Aunque nos tienta, no nos dejamos cegar por la obsesión por los orígenes. [1] Nos mueve el deseo de conocer las etapas iniciales del proceso evolutivo de la sociedad puertorriqueña. Según Moradiellos, cualquier acontecimiento humano surge, brota o emerge necesariamente a partir de condiciones previas homogéneas, siguiendo un proceso de desarrollo interno y endógeno. [2] Muchos de los aspectos más conocidos de la historia de Puerto Rico en periodos posteriores y en la actualidad tienen como principio y brújula los eventos que se registraron en este primer siglo de nuestra existencia como pueblo. Y los eventos requieren de actores para ocurrir.
Para este proyecto, nos hemos establecido tres principales objetivos. Evidentemente, sobre todo, queremos registrar la mayor cantidad posible de personas que habitaron en Puerto Rico bajo cualquier clasificación – vecino, estante, residente – y de cualquier calidad – español, indio, negro, esclavo, libre, mestizo. En la construcción de las biografías, intentamos abrir ventanas hacia la cotidianidad del siglo XVI en la isla de Puerto Rico. Nos interesan los conflictos, las alianzas, la corrupción, las transgresiones, el comercio, entre otras actividades. Además, cuando la documentación lo aporta, recogemos prácticas, costumbres y actitudes propias del periodo bajo estudio, definido por Isabel Gutiérrez del Arroyo como transitorio entre la edad media y la modernidad. [3] Con el tiempo y la constancia, estas irán dando forma a una manera de ser y de hacer en la Isla.
Cada uno de los términos que utilizamos en el título representaba una condición diferente. En varias cédulas dirigidas a los oficiales de la Isla se establece a quiénes aplicaban las instrucciones que contenían: “vecinos, moradores, estantes y habitantes”. [4] Vecino se decía de quien residía permanentemente en la Isla. Sued Badillo señala que el vecino “fue acreedor a solares en uno de los poblados y a una encomienda de indios”, cuyo tamaño lo determinaba su calidad social. La vecindad requería residencia en el lugar de entre cuatro y hasta ocho años. [5] El repartimiento de indios a través de mercedes reales fue el título jurídico original para tener propiedad sobre la tierra en Indias. [6] Los solares que se entregaban a los vecinos eran tierras baldías, que, por su propia definición, eran aquellas que habían sido conquistadas a los indios por medio de “la guerra justa”. [7]
Gelpí Baíz añade a la definición de vecino “la calidad que se adquiría haciendo constar ante el cabildo que se tenía residencia y casa habitada en el lugar, que se poseían propiedades, caballos y armas, y que se había hecho presentación de servicios en las milicias”. [8] Para efectos estadísticos, en nuestro intento de acercarnos a la población que pudo tener la Isla en diferentes momentos del siglo, usamos el cálculo de estudiosos de la España del siglo XVI, quienes estiman que cada vecino representaría 3.75 habitantes. [9] Para este siglo no contamos con censos poblacionales en Puerto Rico que nos permitan calibrar este estimado; el más antiguo que se conserva es el padrón de habitantes de San Juan de 1673, que incluye todos los residentes en cada una de las casas censadas, lo que permite calcular el promedio de residentes por vecino. [10]
Esta diferencia de estado fue fundamental en la disputa entre el tesorero Blas de Villasante y Diego Muriel en 1528. Villasante protestó por una cédula que permitía mudar la plaza de San Juan a unos solares que le pertenecían. Rechazaba la validez de las gestiones de Muriel, “pues como es público y notorio, el dicho Diego Muriel no fue ni es parte, ni puede llamarse vecino, como se nombra, pues no ha tenido ni tiene casa en esta ciudad poblada como otros vecinos que en ella residen ni tampoco ha contribuido en lo que otros vecinos de esta ciudad…”. [11]
En el extremo opuesto se encuentra el gobernador Juan Melgarejo, que en 1572 presentó informaciones. En una de las preguntas, un testigo declaró que: “ha visto en ella [ciudad de Santo Domingo] al dicho Juan López Melgarejocomo vecino de ella, y tiene su casa propia como tal vecino, porque este testigo se la visto comprar”. Otro añadió que “el dicho … tiene en su casa una mula y un caballo en que anda, y trata su casa y persona como hombre honrado y principal, y le ha visto en su casa tener armas de lanzas y adargas y arcabuces y rodelas…”. [12]
Las informaciones del gobernador Solís en 1570 nos dan una idea de lo que representaba tener casa poblada. Solicitando ayuda de la Corona por su escaso sueldo y alto costo de la tierra, un testigo señaló que el gobernador tenía “mucha costa de casa y familia e hijos y criados y huéspedes que se le llegan…”. [13] En referencia a la Sevilla del periodo, Núñez Roldán afirma que “la casa es la residencia, el habitáculo; y la familia, extensa o nuclear, no es más que el conjunto de personas que vive en ella, incluidos los sirvientes y esclavos…”. [14]
Los residentes, o moradores, eran aquellos que no habrían tenido acceso al título de vecino. A raíz de la investigación que aquí presentamos, a esta definición queremos añadir los hijos de los vecinos principales, que no tenían residencia propia, sino que convivían en las casas de sus familias. Ya habrían tenido protagonismo en la vida pública, pero no encabezaban núcleos familiares. Los estantes eran transeúntes en los núcleos urbanos: mercaderes, maestres de navíos, gente de mar, entre otros.
La diferencia era muy relevante: en 1532, el teniente de gobernador pedía que una provisión real solo aplicara a los vecinos con casa poblada, y no a los estantes. [15] En 1519, el cabildo de Puerto Rico hizo relación de que en la Isla había “muchos moradores que no son vecinos, y son personas caudalosas, que tienen esclavos que sacan oro, y se aprovechan de los frutos de la dicha Isla, como los mismos vecinos de ella”; sin embargo, estos no participaban de los repartimientos para las obras públicas. [16]
En nuestra historiografía encontramos esfuerzos por estimar la población, con foco en grupos étnicos determinados, pero sin llegarse a un acuerdo definitivo. John Lynch estima en 7 millones de personas la población en la península al comenzar el siglo XVI, y Alvar Ezquerra en 8 millones para 1591. [17] Estudiosos de la emigración española a América durante el periodo de la conquista y colonización estiman en 250,000 el número de personas que se establecieron en las nuevas tierras en el siglo XVI, considerado “la centuria privilegiada en la investigación”, en contraste con el XVII y el XVIII. Boyd-Bowman estudió 40,000 individuos (con el cuarto tomo ascendieron a 55,000), considerando que representaban 20% del total, que sería 200,000 personas. Para Puerto Rico, identificó 442 personas emigradas durante todo el siglo. Por periodos de 20 años, reporta 109 individuos en 1593-1519; 108 en 1520-1539; 51 en 1540-1559; 152 en 1560-1579; y 22 en 1579-1600. Estos 442 individuos representan 1% de todos los emigrados al Nuevo Mundo durante el siglo. [18] Si aplicamos esta proporción al periodo 1579-1600, donde no reporta a Puerto Rico por separado, de los 9,508 individuos que pasaron a Indias, Puerto Rico habría recibido menos de 100. [19]
Basándose en el conjunto de publicaciones de Boyd-Bowman, Manuel Álvarez Nazario presenta un profundo análisis de la migración hacia Puerto Rico. Resumió las nacionalidades de los españoles que se establecieron en nuestra Isla en diferentes periodos, e inclusive, los identifica según su grupo nacional. Lamentablemente, para el periodo de 1580-1600, no había publicaciones al momento que salió su libro. Al abordar la data, debemos mantener presente la advertencia del autor en cuanto a que Boyd-Bowman solo incluyó pasajeros desde Sevilla, por lo que piensa que la migración canaria pudo ser mayor. La siguiente tabla resume la información: [20]
Debemos advertir que, hay individuos incluidos en el listado de Álvarez Nazario que no aparecen en nuestra recopilación, que se basa principalmente en la documentación generada en la Isla. Por lo tanto, pensamos que, en el análisis original, Boyd-Bowman debió incluir individuos que no llegaron a Puerto Rico.
Los fondos principales para cuantificar la emigración han sido Casa de la Contratación e Indiferente General, ambos en el Archivo General de Indias. Los estudiosos consideran que los protocolos notariales y la correspondencia personal son fuentes cualitativas; [21] esto significa que solo añaden información a las estadísticas. Para este proyecto, hemos consultado casi la totalidad de documentación disponible para Puerto Rico en el siglo XVI digitalizada en el portal PARES, del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte de España. Concretamente, las cartas de los gobernadores e informaciones de individuos y de los cabildos, en Real Audiencia de Santo Domingo, algunos pleitos en Justicia, registros de barcos en Contratación y los libros de fundición de oro y otros procesos en Patronato Real.
Aunque es escasa la digitalización en estos fondos, hemos mirado algo en Indiferente General y Escribanía de Cámara. Nos ha sido de enorme utilidad la transcripción que Teresa de Castro Sedgwick realizó de infinidad de legajos de estos fondos, y de Contratación. A través de las transcripciones de Tanodi y del Centro de Investigaciones Históricas de la UPR, recinto de Río Piedras, hemos tenido acceso a Contaduría, que van desde 1071 hasta 1075, en especial las tomas de cuentas a los oficiales reales; agradecemos al Dr. Josué Caamaño por darnos acceso a los legajos 1074 y 1075.
De Patronato Real, hemos cernido completamente los legajos 175, 176, y 198. En todos, hemos identificado las personas mencionadas, tomado las referencias a oficiales reales, los escribanos, y los testigos en pleitos e informaciones, deudores de la Real Hacienda, hombres registrados en los alardes del siglo y en las fundiciones de oro. Además, utilizando el buscador de PARES, hay referencias de estas y otras signaturas donde aparecen individuos o datos relacionados con Puerto Rico en el periodo de estudio.
A través de las transcripciones de Vicente Murga (Cedulario puertorriqueño, dos tomos) y de Ricardo Alegría (Documentos históricos de Puerto Rico, cinco volúmenes) hemos cernido las reales cédulas contenidas en Indiferente General (421, 422). Además, hemos revisado revistas académicas para complementar los datos obtenidos en la documentación de fuentes primarias. Finalmente, hemos tomado la Bibliografía de la Conquista y Colonización de Puerto Rico: siglos XV-XVII (1492-1650), de Francisco Moscoso, que contiene 500 títulos de libros y artículos, y la hemos utilizado como guía para continuar peinando las fuentes secundarias en búsqueda de biografías. Para las biografías de indígenas, los trabajos del arqueólogo Miguel Rodríguez López, de Francisco Moscoso y de Jalil Sued Badillo fueron de inestimable valor.
Partiendo de los fondos en el Archivo General de Indias para profundizar en su trayectoria por el Caribe, miramos hacia otras Antillas: a la Española para intentar completar datos biográficos, recogiendo las llegadas a América, a través de la principal colonia del Caribe, de personas que terminarían estableciéndose en nuestra Isla. El trabajo de Vilma Benzo de Ferrer, Pasajeros a la Española, nos permitió conocer los primeros años en las Indias de varios oficiales reales.
La historiografía cubana nos permite profundizar en procesos históricos de la formación y administración de los pueblos españoles en las colonias caribeñas. Desde variados puntos de la región, las cartas de los gobernadores hacen esporádicamente referencia a nuestra Isla o a eventos importantes sucedidos en ella, como la toma por parte de los ingleses en 1598.
Este Diccionario no es solo una colección de nombres sobre aspectos del siglo XVI. El estudio de las redes relacionales se ha convertido en una importante metodología en el análisis histórico. El Hombre actúa en sociedad. Por lo tanto, conocer sus alianzas, sus enemistades, sus compañías, nos empodera para ver sus actos bajo una luz fresca, y, en ocasiones, reveladora. Esta es otra importante aportación del Diccionario. Murga Sanz ha declarado que “la síntesis biográfica de las personas principales que intervienen en el proceso histórico es de primerísima importancia para descifrar conflictos y la diversidad de intereses envueltos en los mismos, sin olvidarnos tampoco del poblador o soldado desconocido … y son el núcleo más numeroso y el yunque en el que se forja el pueblo puertorriqueño”. [22]
Coincidiendo con Murga, los datos contenidos en las biografías dan pie para otro sinnúmero de análisis sobre la sociedad puertorriqueña del Quinientos. La mediana de vida de los residentes de la Isla se puede calcular considerando las fechas estimadas o reportadas de nacimiento, y las de muerte. El incremento poblacional durante el periodo aurífero se desvela contando el número de mineros que había por año, identificando los nuevos en cada año por ser el primero en que se reportan fundiendo o declarando oro.
La proporción por género también está al alcance de la mano, siempre contemplando la desviación que hay en las biografías, puesto que la documentación privilegia al hombre, manteniendo a la mujer frecuentemente en el anonimato. El tamaño de la familia promedio se podría calcular considerando el número de hijos conocidos o reportados de los biografiados. El impacto de la inmigración y de la emigración en la población de la Isla, por periodos, nos permitiría plantear la historia demográfica de la Isla en el contexto de las colonias indianas.
Antes de terminar, debemos advertir de antemano que reconocemos que, inevitablemente, hay duplicidad entre las biografías, y algunas pueden combinar a más de un individuo. La frecuencia de un mismo nombre a lo largo del periodo, sin elementos que nos permitan discriminar y separar los datos en dos o más individuos, o, por el contrario, a consolidarlas en uno solo, nos ha llevado a incluir datos bajo diferentes entradas, aunque con el mismo nombre. Otro factor que provoca duplicidad es el hecho de que, en ocasiones, algunos apellidos compuestos aparecen sin sus partículas completas. Así, Juan Sánchez de Robledo aparece también como Juan Sánchez. Al haber varios “otros” Juan Sánchez, nos vemos obligados a entrar los datos por separado. La ausencia de uniformidad en la grafía de los apellidos complica el proceso: por ejemplo, Fernández y Hernández pueden ser un mismo apellido. Debemos reconocer también nuestros propios errores de transcripción paleográfica.
Esto podría ser particularmente cierto en el caso de los mercaderes. En los registros de llegadas de barcos hay varias personas con el mismo nombre llegando en barcos diferentes, en periodos diferentes. Reconociendo la dinámica comercial entre las islas Española y San Juan, y entre Castilla y San Juan, estos podrían ser mercaderes llevando y trayendo productos para sacar partido a las oportunidades económicas que se les desdoblaban ante sus ojos en los años de gloria del oro. Sin embargo, los hemos presentado separadamente.
De igual manera, para resumir espacio, hemos reportado únicamente en pesos las cantidades manifestadas en las fundiciones de oro, eliminando los tomines y los granos.
Agradecemos a Elsa Gelpí Baíz por su valiosa aportación a este diccionario. No solo nos donó algunos centenares de biografías y datos, sino que, con su elevado estándar de excelencia, nos orientó para reducir la duplicidad, y errores en la transcripción de nombres, entre otras cosas. Aun desde su retiro, fue consultora permanente de descubrimientos, dudas y sospechas sobre relaciones entre los biografiados, y sobre eventos del periodo, además de validadora en casos de dudas con la paleografía.
Es con mucho orgullo que presentamos este proyecto y las 6,850 biografías que contiene de personas que pisaron esta tierra, trabajaron y lucharon, y definieron, de una manera u otra, desde arriba o desde abajo, desde adentro o desde afuera, la formación de nuestro pueblo y el curso de nuestra historia.
Entre los indios, 59 de 348 biografiados son reportados como casados (17%), y entre los negros, solo 10 de 497 (2%).
[1] Marc Bloch. Apología para la historia o el oficio de historiador (México: Fondo de Cultura Económica, 2001), 59-60. Así llamó Bloch a la necesidad de conocer el pasado más remoto para explicar el presente. [2] Enrique Moradiellos. Las caras de Clío. Una introducción a la Historia (Madrid: Siglo XXI, 2009 segunda edición). Identifica este axioma como el principio del determinismo genético de la historia. [3] Isabel Gutiérrez del Arroyo. Conjunción de elementos del Medioevo y la Modernidad en la conquista y colonización de Puerto Rico (San Juan: Instituto de Cultura Puertorriqueña, 1974), 8. La modernidad comienza con el Renacimiento; se considera que llegó a España más tarde que a otros puntos de Europa por sus luchas de reconquista. [4] Testimonio de Autos enviado por D. Francisco Manuel de Lando, teniente de gobernación de San Juan de Puerto Rico. 9 XI 1530. AGI, SD 155, R.1, N.1. La respuesta que se envía a esta cédula es conocida como “El censo de Lando”. Prohibición de contratar con corsarios franceses: San Germán. 6 VI 1556. AGI, PAT 175, R.31, f.1. [5] Testimonio de Autos enviado por D. Francisco Manuel de Lando, teniente de gobernación de San Juan de Puerto Rico. 9 XI 1530. AGI, SD 155, R.1, N.1, 4. [6] José María Ots. Las instituciones económicas hispanoamericanas del periodo colonial (Madrid: Tipografía de Archivos, 1934), 3. [7] Vicente Murga Sanz. Cedulario Puertorriqueño. Tomo I (1505-1517) (Río Piedras: Ediciones de la Universidad de Puerto Rico, 1961), XLV-XLVI. A grandes rasgos, una guerra justa era una provocada por el enemigo. [8] Jalil Sued Badillo. El Dorado borincano. La economía de la conquista, 1510-1550 (San Juan: Ediciones Puerto, 2001), 50. Elsa Gelpí Baíz. Siglo en blanco. Estudio de la economía azucarera en Puerto Rico, siglo XVI (Río Piedras: Editorial de la Universidad de Puerto Rico, 2000), 24. [9] Antonio Domínguez Ortiz y Alfredo Alvar Ezquerra. La sociedad española en la Edad Moderna (Madrid: Ediciones Istmo, 2005), 19. Incluye valiosa información sobre los patrones, las tasas y la estacionalidad de los nacimientos y matrimonios en Castilla, además de la importancia y precisión de los registros parroquiales, que, lamentablemente, no existen para nuestro país para el periodo estudiado. Debido a las invasiones inglesa (1598) y holandesa (1625), y al descuido y el tiempo, el registro matrimonial más antiguo que se conserva en San Juan, y Puerto Rico, es de 1653. [10] David Stark y Teresa de Castro Sedgwick. “Padrón del año 1673 de las personas que hay en la ciudad de San Juan Bautista de Puerto Rico: una transcripción con introducción y notas genealógicas”. Boletín de la Sociedad Puertorriqueña de Genealogía. Año 9, Núm. 3-4 (1997) 1-114. [11] Expediente sobre la mudanza de la plaza de Puerto Rico. 11 XI 1528. AGI, PAT 175, R.15, f.224v. Énfasis nuestro. [12] Informaciones: Juan López Melgarejo. 1572. AGI, SD 12, N.42, fs. 5v, 7. [13] Informaciones: Francisco de Solís. 1571. AGI, SD 12, N.27, f.10v. [14] Francisco Núñez Roldán. La vida cotidiana en la Sevilla del Siglo de Oro (Madrid: Sílex, 2004), 85. [15] Carta de Francisco Manuel de Lando, teniente de gobernador de Puerto Rico. 3 XII 1532. AGI, SD 155, R.1, N.2, f.1v. [16] Vicente Murga Sanz. Cedulario Puertorriqueño. Tomo II (1518-1525) (Río Piedras: Ediciones de la Universidad de Puerto Rico, 1964), 106. [17] John Lynch. Spain under the Habsburgs. Vol. 1: Empire and Absolutism, 1516-1598 (Nueva York: New York University Press, 1984), 109. Domínguez Ortiz y Alvar Ezquerra, La sociedad española en la Edad Moderna, 47. [18] Citado en Carlos Martínez Shaw. La emigración española a América (1492-1824) (Gijón: Fundación Archivo de Indianos, 1994), 17, 74. Peter Boyd-Bowman, Índice geobiográfico de 40,000 pobladores españoles de América en el siglo XVI, vol. 1 (Bogotá: Instituto Caro y Cuervo, 1964). Peter Boyd-Bowman. “Patterns of Spanish Emigration to the Indies until 1600.” Hispanic American Historical Review, Vol. 56, Núm. 4 (1976): 580-604. [19] Boyd-Bowman. “Patterns of Spanish Emigration…”, 585. [20] Manuel Álvarez Nazario. Orígenes y desarrollo del español en Puerto Rico (siglos XVI y XVII) (Río Piedras: Editorial Universitaria, 1982), 33-38. [21] Martínez Shaw, La emigración española, 20-21. [22] Vicente Murga. Bosquejo del curso de Historia de Puerto Rico, siglo XVI, ofrecido a los alumnos aspirantes a la Maestría de Historia (Barcelona: Tipografía Miguza, sin año), 5.
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